Estamos viviendo a todo nivel una verdadera situación de crisis, dolor, miedo, ansiedad, incertidumbre, desolación, desesperanza… y al mismo tiempo, esperanza, solidaridad, compasión, ternura, cercanía, misericordia, confianza en el Señor… La pandemia se presenta como una crisis de salud, pero tiene tanta fuerza que ha sido capaz de cambiar nuestras costumbres, ha transformado el mundo, y puesto en evidencia una fuerte crisis económica, social, e incluso existencial. Esta crisis, por un lado, pone de manifiesto el egoísmo, la explotación sistemática, se antepone el lucro por encima de las personas y se acentúa más y más la desigualdad social. Sin embargo, ante nosotros se presenta hoy un gran desafío, trabajar por un cambio transformador y coherente con el Evangelio. Solidarizarnos con los oprimidos y marginados, defendiendo por encima de todo sus derechos y la dignidad de la persona y de nuestro planeta.

Escuchamos las noticias o hablamos con personas de nuestro entorno y nuestra conversación habitual gira en torno a lo mismo, parece que hemos dejado asfixiar involuntariamente nuestras acostumbradas conversaciones y se han sustituido por, “más de lo mismo”, ¿será que los medios nos están manipulando y no nos darnos cuenta?

Aún nos estamos sacudiendo de los embates de la primera oleada del virus, con amenazas de rebrotes por doquier y entrando en la segunda oleada que de nuevo nos azota con su furia. Además, la situación que provoca la COVID-19 se va complicando con la existencia de otros virus, como los que generan los catarros comunes o la gripe, lo mismo que de otras enfermedades que siempre hemos padecido y que hoy siguen latentes, pero se silencian y nuestra gente continúa sufriendo las consecuencias.

En el mundo la situación es cada vez más preocupante, con países muy poblados donde la epidemia se hace difícil de controlar. La duda que existe, es si sucesivas oleadas podrán ser contenidas sin la necesidad de repetir el confinamiento masivo de meses anteriores, una experiencia que, sin duda, nos está marcado a todos.

Cuarentenas, cierre de fronteras, cierre perimetral de ciudades, confinamientos, distanciamientos de unos con otros, mascarillas, gel…, circunstancias que nos obligan a replantearnos muchas cosas, como, por ejemplo, los miles de personas que están perdiendo su trabajo y la posibilidad de seguir viviendo como en justicia se merecen. ¿Será que esto nos compromete a redescubrir nuevas formas de acercamiento?, quizá a caer en la cuenta de que seguimos siendo hermanos y que tenemos un Padre común que nos cuida y que vela por todos.

El confinamiento nos está afectando tanto, que ahora mismo hay personas que están sufriendo una situación complicada y difícil, algo que los psicólogos llaman, “el síndrome de la cabaña”: ya se puede salir a la calle, pero con cierta reserva y miedo, mucha gente se ve paralizada por la incertidumbre; sin embargo no faltan personas atrevidas que ignoran o niegan lo que está sucediendo y quieren romper todos los esquemas y normas establecidas por las autoridades; esto nos invita a pensar y ver el lado positivo de todo lo que estamos viviendo, de tal manera que la situación nos lleve a redescubrir mejor cuáles son nuestras verdaderas necesidades y valorar mucho más como verdaderamente se merecen, a tantos trabajadores de sectores esenciales que han estado en primera línea en todo momento.

Esta crisis que hoy nos toca vivir, nos va cambiando demasiado a todos los niveles, y si bien es cierto que de toda crisis puede surgir una oportunidad, también es verdad que hay que tener la firme voluntad de querer aprovecharla. Si la experiencia nos dice que de pasadas crisis hemos salido, ahora también es posible salir, pero siempre confiando en la Providencia de Dios y en la fuerza solidaria que empuja al ser humano a acercarse al otro para caminar juntos y siempre hacia adelante, con paso firme y seguro, construyendo una nueva y sana sociedad, a pesar del tremendo impacto que está sufriendo la economía nacional y mundial, sabiendo que el virus COVID-19, no conoce fronteras ni estatus social, por esa razón y más que nunca, necesitamos vivir la solidaridad y el firme apoyo de unos con otros. No obstante, podemos decir que el amor se propagó más rápidamente que el mismo virus, porque desde el primer momento, hubo quienes que se implicaron para colaborar y ayudar a los más vulnerables y personas de alto riesgo protegiéndolos de esta amenaza tan terrible.

Esta experiencia, hoy nos lleva a nosotras a vivir con mayor intensidad y fuerza, la dimensión de la misericordia configurándonos cada día más con el estilo de vida de Jesús, acercándonos a la doctrina social de la Iglesia y desde nuestra espiritualidad carismática de acuerdo a la vivencia de nuestras Teresas.

Ante esta dura situación que hoy late con fuerza en nuestra sociedad, nos unimos al Papa Francisco cuando nos dice que “la fe en Cristo nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, de la vida y no de la muerte”.

Hna. María Soledad Martín Martín, ctsj