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EXPERIENCIA DE MISIóN- VEREDA LAS PIEDRAS, EL ZULIA, NORTE DE SANTANDER

Si el cielo tiene sucursales, estuvimos en una.

Es lo primero que podemos referir acerca de nuestra experiencia de misión en este rinconcito de nuestro país (Colombia). En muchos momentos fue inevitable sentir el susurro de las palabras de nuestras Constituciones: “extender el Reino de Dios”, porque de manera sorprendente, cálida y sencilla pudimos palpar que ese Reino, está vivo y crece en medio de nosotros, como ya el Señor nos lo ha dicho a través de su Palabra y además, que nuestra tarea en muchos momentos consiste y consistirá en dejar que pase, que sea, que acontezca por Sí mismo.

Primero recibimos la acogida de las personas que habitan en esta vereda, desde el saludo amable y obsequio de una bebida para el calor, hasta la presentación que los niños nos hicieron de los animalitos que cuidan y quieren con tierno afecto. Esos mismos niños nos acompañaron a cada paso y alegraron nuestra estadía en medio de sus familias.

Preparamos la escuela en la que nos hospedamos durante el espacio de la tradicional novena navideña y que fue también propicia para el desarrollo de la experiencia misionera de las jóvenes: Nayla, Liliana, Karen, Daniela y Alejandra, que nos acompañaron como parte de su proceso de discernimiento vocacional y de acercamiento a nuestra comunidad. Ellas desde el primer día procuraron en la medida de sus posibilidades, disponerse para vivir la semana como nos lo propusimos, en ambiente de familia, cada una con responsabilidades en la casa y el trabajo pastoral.

Cada una de ellas tiene una historia y una manera de ser, que la constituyó parte importante de la experiencia de Dios para todas. Finalizada esa semana y en continuación con la dinámica orante de toda la misión, las jóvenes escribieron sus cartas para definir el paso siguiente en su proceso de seguimiento a Jesús con nuestra comunidad.

En cuanto al trabajo pastoral, fue realmente edificante y motivador ver a las personas de este lugar trabajar incansablemente en medio del calor, reunirse en las tardes, abrirse para todas las actividades que propusimos y propusieron; a los adultos disfrutar como si fuesen niños y a los pequeños vivir con tanta intensidad y empuje, que parecen tener la experiencia de más años.

Es cierto también que allí no hay invasión de medios tecnológicos en exceso y que prevalece la preferencia por el encuentro con el otro, por los juegos que incluyan a los vecinos y amigos hasta ser muchos, ir al río en las tardes, ayudarse entre sí y de manera especial a quien se dan cuenta que lo necesita. Todos ponen de sí lo que pueden, con libertad y donación, tanto como se alcanza a pensar, que ni lo notan, no reclaman reconocimientos, solo lo hacen.
Siguiendo la espiritualidad de Sor Isabel de la Trinidad, podemos comprender que el cielo se puede gozar aquí y ahora, y si el cielo pone oficinas por ahí, este lugar y su gente es un cielo latente, creciendo. Claro está que también les acompañan sus luchas diarias, la enfermedad, historias cargadas de tragedia, violencia y dolor, muchas veces aparece el silencio y unas lágrimas ruedan sobre sus mejillas. Les vimos aguardar por respuestas, orar, confiar, luchar, buscar de Dios el consuelo, ponerse en pie, sacar de lo profundo de cada uno lo mejor y esto también es el cielo.

Tuvimos también la gracia de levantarnos durante algunos días muy temprano, en la madrugada, para ir de la vereda al pueblo, caminando con la gente que sin importar el esfuerzo que constituye el tiempo de camino y el madrugar, se disponen a encontrarse con su comunidad y con Dios en el espacio de la novena de las cuatro de la mañana. Y gracias a Dios también, uno de los días de la novena, el vicario de la parroquia subió a presidir la Eucaristía en la vereda, con gran calidez y cercanía de pastor.

Por otra parte, “La Colorada”, otra vereda de El Zulia, hizo parte de nuestra experiencia del Señor. Acompañamos su novena de sector, con mayor sencillez pero con amplia capacidad para ir a lo profundo de la relacionalidad y acogida. Cada día nos transportaba por Don Jesús Zapata, un señor muy generoso de Las Piedras, hasta las diferentes casas en que se realizaba la novena. Sus integrantes eran pocos y muy persistentes en el encuentro de la tarde, los niños igual de alegres y los jóvenes tímidos pero accesibles, más tesoros para abrazar.

Podemos señalar, finalmente, que en Las Piedras y La Colorada, su cariño y el nuestro forjaron lazos, que para unos y otros son lazos para la eternidad, somos ahora más hermanos puesto que ya conocemos rostros y nombres y cada uno tiene un hogar en el corazón del otro, así el Reino se sigue extendiendo y así, ¡cuán infinitas gracias y alabanza elevamos a nuestro buen Dios!, que por ser nuestro Padre, nos capacita para ser y hacer familia al modo de Jesús.

No podemos terminar sin antes seguir encomendando en oración a las jóvenes que vivieron su experiencia de misión, a las que dentro de este grupo pidieron ingreso al aspirantado interno y a las que seguirán buscando respuestas teniendo como guía la brasa de amor que no se consume, a Jesús en su interior. Roguemos para que todo redunde en bien de nuestra iglesia y para gloria de nuestro Señor.

Con eterna gratitud y alegría de compartir nuestra experiencia,

Hna. Lina María Ortiz Téllez, ctsjHna. Emily Adriana Larrota Niño, ctsj

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