Queridas Hermanas y Hermanos de la Familia “Carmelitas Teresas de San José»
El Señor nos asista con su luz y nos envíe el Espíritu de fortaleza en este momento de prueba que estamos viviendo mundialmente y que a nosotras nos está afectando fuertemente como Congregación.
Estamos ante un tsunami, una tormenta devastadora, ocasionada por un virus microscópico que ha penetrado sigilosamente en este mundo y en las personas, en las comunidades, en los países, causando mucho dolor, impotencia. En nosotras, se inició en Salamanca en la casa Hogar (España) y en la Rep. Dominicana por La Romana, enseguida en el Carmelo y la Residencia San José y ha seguido con gran fuerza, en la Casa Madre, donde últimamente parece que está disminuyendo.
Durante este tiempo de pandemia todas nos estamos sintiendo muy abrumadas por la inestabilidad e incertidumbre que nos ha creado. Nos hemos acompañado y hemos comprendido la situación que han vivido y viven nuestras Hermanas, muy similar a la de tantos hombres y mujeres que están padeciendo de manera directa los contagios y los efectos de la Covid. Esta experiencia nos toca en carne propia en nuestra familia, en Hermanas y familiares que están enfermos y en los que han fallecido.

En estos momentos sobran las palabras porque la realidad nos está gritando y todas hemos visto y sentido la desoladora situación que nos envuelve. A pesar de esta dolorosa realidad que no podemos ignorar, compartiré algunos de los ecos que brotan en mi interior.
Quizá ha venido a nuestra mente la tempestad inesperada en el mar de Galilea y habrá brotado de nuestros corazones a una sola voz el grito: “¡Señor, sálvanos que perecemos”! Nos ha hecho sentir que estábamos insertas en la misma realidad que viven tantos hombres y mujeres de nuestra sociedad, todos igualmente frágiles y angustiados, todos necesitados de fortaleza y consuelo.
También sentimos la necesidad de la unión de todas, de orar juntas por las Hermanas y de solidarizarnos con todos los que están viviendo situaciones semejantes, pidiendo a Dios que nos salve.
Hemos caído en la cuenta de que el momento de dolor tan particular que vivimos con la partida a destiempo de nuestras Hermanas, nos une al que vive la humanidad. Ya no lo sabemos de oídas, nosotras lo estamos experimentando.
Hermanas, a pesar de este dolor quiero invitarlas a que reflexionemos y a compartir la importancia de conectar con lo esencial de nuestra vida. Que es Dios quien nos sostiene, fortalece y acompaña.
Para nosotras, que vivimos en comunidad y llamadas a dar testimonio de comunión, este tiempo es oportuno para acortar distancias, abrirnos al diálogo, romper silencios que impida conocernos, querernos, valorarnos, discernir juntas, compartir experiencias de Dios, celebrar la Eucaristía donde Jesús se parte y se comparte por toda la humanidad.
Esa presencia de Dios, presente en cada una y en la comunidad, nos capacita para alentar a otros, a los destinatarios de nuestra misión, a nuestras familias, a nuestros vecinos…
Este tiempo puede ser una oportunidad para despojarnos de todo aquello que es superficial en nuestras vidas y nos impide alcanzar la verdadera felicidad.

No podemos desmayar, Hermanas, aunque nos embarga el dolor por el padecimiento y muerte de nuestras Hermanas; por la fe sabemos que ellas disfrutan de una nueva vida; pidamos al Señor la gracia de comprender que el fruto estaba maduro, que ellas interceden por nosotras para que vivamos como “mujeres con una fuerte experiencia de Dios.”
Recordemos con gratitud a nuestras Hermanas, aprendamos de su fidelidad a la voluntad de Dios, su vida entregada hasta el final en el silencio, en la soledad y, en este momento, en el anonadamiento que fue total.
En oración profunda, unámonos a María para que interceda ante su Hijo, por las Hermanas que están hospitalizadas, luchando por sobrevivir a esta pandemia que tan duramente las está tratando y puedan recuperar la salud y regresar pronto a casa.
Quiero agradecer sinceramente a la comunidad de la Casa Madre por el ánimo y coraje con el que están haciendo frente a este gran desafío que le ha ocasionado la Covid-19, cada una desde sus posibilidades, unas en su habitación sin moverse, otras, en la medida que iban mejorando, colaborando en el cuidado de las demás. Mi agradecimiento, a las tres Hermanas de esa comunidad, que habiendo dado negativo, supieron mantener el confinamiento, orando y acompañado desde el silencio a las demás en el transcurso de esas semanas de aislamiento. Mi reconocimiento a las Hermanas que pudieron acompañar o visitar a las Hermanas en su momento final. El fuerte vínculo congregacional que se siente ante este hecho, nos ha mantenido unidas ante el dolor compartido.
Me uno a la invitación del Papa Francisco: Seamos optimistas, hay un antídoto para el miedo, la ESPERANZA que nos guiará, a través de estos tiempos difíciles. Tengamos fe en que este virus pasará. Apoyemos a los que están profundamente afectados ya sea física, emocional y espiritualmente. Creemos de todo corazón que seremos capaces de perseverar y salir más fuertes que nunca. “Respondamos a esta pandemia del virus con la universalidad de la oración, de la compasión, de la ternura. Permanezcamos unidas”. Crezcamos en comunión, construyamos la fraternidad universal y abracemos este cuerpo herido de la Iglesia para luchar contra COVID 19.
Que el Señor nos envíe su Espíritu de sabiduría y entendimiento para que sepamos vivir estos momentos de prueba, con la confianza puesta en Él que no nos abandona.
“Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.En comunión fraterna, unidas a todas nuestras Hermanas.
Hna. María Rosa Bernardo LlamazaresSuperiora General